4. REGRESO DEFINITIVO A ESPAÑA. : GRANADA Y AVILA (1914-1917)
4.1 GRANADA , CIUDAD DE LA LUZ
Con el inminente estallido de la Primera Guerra Mundial, Echevarria regresaba definitivamente a España junto a su familia en 1913. Alrededor de estas mismas fechas , moría en Barcelona uno de los abanderados del arte moderno español y admirado amigo suyo, Darío de Regoyos, del cual guardaba varios cuadros en su colección.
Durante su estancia en París, sus escasas visitas a su ciudad natal se desenvolvieron en la casa de su hermana mayor María, casada con el empresario Rafael Picavea Leguía . Sin embargo, tras su retorno definitivo, las distantes relaciones personales que había mantenido con su padre volvían a encauzarse dentro de un clima cordial. En un gesto de acercamiento a su hijo “prodigo”, su padre reunió en casa a todos sus hermanos para dar la bienvenida a su familia, a su mujer Enriqueta y a su hijo José de dos años, a quienes aun no conocían.
A su vuelta, Juan aprovechó para construirse un estudio de pintura en la casa paterna en uno de los ángulos del aquel extenso jardín . Un sobrio pabellón ancho y bajo, que le permitía trabajar todas sus cortas estancias de paso fuera de Madrid. En este modesto taller llevó a cabo varios retratos de su hermano Enrique y de su sobrino Federico Echevarria Uribe. Su sobrino nunca olvidaría la especial atmósfera artística del estudio, describiendo un abarrotado recinto repleto de numerosos bártulos diseminados sobre las mesas, entre paños, libros, vasijas, estampas, frutas etc, de los que se servía para componer sus naturalezas muertas. Aquella experiencia acaecida en su adolescencia le despertó una viva inquietud hacia la pintura , que permanecería grabada en su memoria como un momento único en su posterior vida de pintor.
Por aquel recinto, también desfilaron distintas familias gitanas, a quienes a veces les hacía venir del campo, pagándoles la pensión, a fin de poderles retratar con mayor detenimiento. Y en sus paseos le acompañaba el perro foxterrier de la casa, Kukuru , a quien le había tomado considerable afecto, porque jugaba con los ratones en vez de cazarlos, pintándole en tres versiones distintas, dos de las cuales se las dedicó a sus dos hermanas Luz y Angeles.
Sus familiares decían que Juan poseía un carácter agradable, pero a veces era excesivamente meticuloso en algunos detalles de la vida cotidiana , de tal manera que su padre le puso el apodo de “Don pero”. El escritor bilbaíno, Rafael Sánchez Mazas, entonces amigo de su hermano pequeño, José Luís, describía a Juanón, como le llamaban algunos amigos por su buen porte y alta estura, con una personalidad bondadosa y paciente, aunque sus hermanos no dejaban de guardarle bastante respeto debido a su extremado sentido estético : “Tenía cuatro hermanos y cuatro hermanas, que siempre le adoraron. No obstante, le tenían miedo cuando volvía de París. Era muy exigente en algunas cosas de la casa, no tanto por lo que quería que hubiese, como por lo que no quería que hubiese. Tenía, para todo el espectáculo del mundo, una conciencia estética exasperada a veces. Si no hubiera sido tan bueno se hubiera convertido en un Robespierre de la belleza”.
No obstante , en apenas unos meses Juan tomaba la decisión de viajar a tierras andaluzas, probablemente aconsejado por su amigo Paco Iturrino, de quien ya había contemplado un buen número de manolas andaluzas, retratadas bajo la intensa luminosidad del cielo sureño sevillano y cordobés.
En el genuino barrio granadino del Albaicín, enclave ancestral de estrechas calles mal empedradas y riqueza arquitectónica de origen árabe, situado frente a los torreones del palacio de la Alhambra, Echevarria se albergaría en la pensión “La Alhambra” para más tarde asentarse en el Carmen San Ricardo de la calle de San Nicolás.
“Blanco, alegre, embalsamado por sus cármenes, el Albaicín actualmente es un arrabal donde viven gentes trabajadoras y humildes. Enclavado en la últimas vertientes del Cerro de San Miguel, su situación topográfica no puede ofrecer perspectivas más pintorescas”.
Granada será el recorrido inevitable del artista hacia su descubrimiento de la intensa luz sureña y su despertar definitivo al color. En su paleta incorporará tonos más cálidos y de mayor registro de color, lo que supondría un cambio en este breve pero fértil período de su carrera pictórica. La luz de Granada todo lo inundaba a través de ese “privilegiado” cielo azul, abriéndose a colores mucho más vivos en sus paisajes de atardeceres y amaneceres sobre los jardines de la Alhambra.
Ante la belleza del paisaje granadino el pintor vasco le escribía a su amigo Losada : “Mis ojos no se cansan de mirar estos paisajes portentosos y estos cielos que nunca habían visto, que son finos y brutales, y variados a un tiempo”.
Pero, a pesar de la indudable belleza estética de estos paisajes y de una calidad plástica obtenida mediante sus exquisitas armonías, no conseguía sentirse demasiado satisfecho con su obra. Su primordial preocupación por obtener armonías de color dentro de una gama intensa no persiguieron nunca un exagerado contraste en la disposición de tonalidades, sino un colorido intenso, aunque sutilmente elaborado.: ” Mis obras de Granada están orientadas en un sentido casi exclusivamente pintoresco, y con una preocupación enorme de hacer armonía de color. Mi sensibilidad no se dejó impresionar de otra manera, no alcanzó a ver un espíritu profundo de las cosas de aquella tierra, no sé si por carecer ésta de aquél o por incomprensión mía”.
En la ciudad granadina se dedicó a pintar modelos auténticos de raza gitana, a pesar de quejarse de que escaseaban de veras , “pues apenas se podían contar con los dedos de las dos manos“. Sus gitanas eran sensuales, con rasgos acentuados algo felinos, emanando una expresión concentrada, lejos de esa visión superficial bastante común en otros pintores de la época. La fuerza contenida de estos retratos revelarían un estilo de corte expresionista pintado con una extraordinaria sutileza.
Durante este periodo llevó a cabo lienzos resueltos a menudo con una o dos figuras gitanas de buen tamaño. Entre las distintas cabezas gitanas andaluzas destacaría algún busto con un gesto sosegado y reconcentrado, mirando a su interior, expresando una sensación de melancolía semejante a la de la joven gitana “ Gitana de Granada”, pensativa, sentada de perfil sobre un prado verde. Aunque también le cautivó la actitud de alguna gitanilla , erguida, sonriente, con un gesto picaresco en el rostro , dispuesta con los brazos en jarras, sacando a relucir la faceta extrovertida de la gitanería, como en “Manolilla”. En este sentido, siempre le atrajo la fuerza emocional de esta raza, la sencillez con que acostumbraban a moverse en plena libertad, arragaidos en sus tradiciones, aceptando con naturalidad su situación de precaria marginalidad.
Por lo demás, en su visión cotidiana de sus gentes, manifestaría que la raza andaluza femenina le parecía físicamente bastante hermosa, pero le desagradaba su trato superficial y ese afán de chamarileo exagerado que había normalmente en todas las clases sociales. Algunos años más tarde, su amigo el escritor donostiarra, José Mª Salaverria, escribirá un artículo en la revista cultural “Hermes”, bajo el título “Paralelismo vasco-andaluz. A mi amigo el pintor Juan de Echevarria”, en el que pretendía contrarrestar un tanto esa visión , trazando cierto paralelismo entre las razas vasca y andaluza.
Al principio de su estancia en la ciudad de Granada (agosto de 1914) recibía la triste noticia de la destitución de su amigo, el escritor Miguel de Unamuno, en su cargo como rector de la Universidad de Salamanca. La descarada maniobra política y sin ninguna causa importante que lo justificara realizada por el ministro de Instrucción Pública, Sr. Bergamín, pronto obtuvo la repulsa de numerosas autoridades en el ámbito cultural bilbaíno, de la población salmantina y de la élite intelectual española. En esos dias, Echevarria le escribía una carta, dándole testimonio de su total adhesión, expresando su indignación ante lo ocurrido:
“A buen seguro, que de haber sido Vd. uno del montón de ilustrados profesores universitarios, nadie le hubiera molestado. Pero es lógico absolutamente que, al Sr. ministro de Instrucción Pública, le venga muy ancho un subordinado de la altura de Vd”.
A pesar de su posterior exilio viviendo en territorio francés, Miguel de Unamuno continuó siendo uno de sus amigos literatos más allegados, retratándole en sucesivas ocasiones en tierra española o bien durante su destierro en la localidad vasco-francesa de Hendaya.
Despues de un año de trabajo en tierra andaluza , poco a poco se fue desvaneciendo su atracción hacia la sensualidad de la naturaleza sureña , un tanto rebasado por el intenso cromatismo de la luz intensa. El calor agobiante, el exceso de trabajo y aquejado de una conjuntivitis, le llevaría a su regreso al Norte, encaminándose a una nueva experiencia pictórica en suelo castellano.